Cierra la ventana.


Prendo el cigarro,
en la melancolía del tejado.
Y aunque a varios días a caballo estemos,
seguro estoy,
de que ambos vemos,
a la misma hora,
la misma luna.

Y tratamos de mantenerlo real...

Muchos sienten mariposas en el estómago.
Yo las siento en las nubes,
alumbradas por esa pálida luz.

Lo mismo cada día,
lo llaman rutina.
Yo no, ahora.

Conocemos nuestras historias,
nos acechan los mismos monstruos.
Bajamos el río, nos bautizamos.
Vigilamos nuestras infancias.
Las casas, las calles, los niños.

La tinta desciende,
la arena vuela por la hoja.

No podemos despertar
sin que nos falte
el constante zumbido,
el movimiento de la mano,
la carrera de los dedos,
la automática, pero no forzada,
sonrisa.

Lo que vendrá será mejor.

Millones de voces
que cantan nuestras victorias,
vitalizan nuestro trabajo.

Compartimos más que un cigarro.

La misma persona
nos trae la bandeja,
y la arrastra por el espacio vacío,
que, contradictoriamente,
rellena el aire entre cadena y cadena.
La fortifica.

Mi pelo sucio,
tus pitillos a cuadros.

Mierda, el filtro.